Para un estudioso y lector fiel de poesía, como es mi caso, quizá no haya otro episodio en el Quijote que me produzca más satisfacción que aquél en el que leemos las palabras que don Quijote dirige a don Diego de Miranda, que se incomoda ante la pasión de su hijo por la poesía frente a otros estudios más provechosos (2ª parte, capítulo xvi). Tras reconvenir al hidalgo sobre la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos, y aconsejarle “que siga aquella ciencia a que más le viere inclinado”, pues, “aunque la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien la posee”, le ofrece su famosa defensa de la poesía: “La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella ha de servir a todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar, la volverá oro purísimo de inestimable precio”.
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